“Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor.” (Col. 3:18)
“Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo.” (1 Cor. 11:3)
Siempre me ha gustado saber cuales son mis privilegios y mis derechos para saber que esperar, que merezco, que reclamar… Pero Dios, a través de sus epístolas, me enseña mis DEBERES, porque es por medio del cumplimiento de estos que su gloria divina es expuesta a los demás.
La sumisión a mi esposo es mi deber. ¿Quien ha visto un empleado que no se somete a su empleador? Eso es desesperante y hasta vergüenza ajena le da a uno. Mi deber es someterme a mi esposo, obedecerlo, en todas las cosas que corresponden al deber con Dios, nuestro líder supremo. Mi sumisión debe ser diligente, no cuando me da la gana; y servirle a mi esposo llena de gozo. Debe ser sin manipulación ni hipocresía, honesta y sincera delante de Dios. Mi sumisión debe ser dentro y fuera de la casa, no solamente cuando mis hermanos de la iglesia están presentes. Dios me mira en todo momento.
El verbo en griego significa “someterse”, lo cual implica una acción voluntaria bajo la tutela o autoridad del otro. Mi gran estimulo es que al servirle a mi esposo, le sirvo a Cristo y que al final de mis días Dios me dará una recompensa gloriosa- el estar en su presencia por la eternidad.
Aun mis actos y mis vestimenta, cuando mi esposo no está conmigo, debe honrarlo y estar bajo su obediencia. Mi deber es ser su ayuda y consuelo, no puedo estar luchando, dentro y fuera de la iglesia, para equipararme o superarlo a el. Dejemos que nuestros hombres sean los primeros: en orar, en hablar, en servir, en saber, en estudiar, en decidir….en todo! Animémosles en esto!
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